EL PSICÓLOGO

Un lapicero y hojas en blanco. Sentada en el centro del consultorio a Laura se le encomendó una tarea, no podía salir de la sesión de ya casi dos horas sin haber culminado y llenado las columnas que el psicólogo, que estaba sentado frente a ella, le había ordenado.

"Dependencia emocional" era el diagnóstico, algo tan típico y común y algo para lo que no necesitaba necesariamente pagar cuarenta soles, bastaban un par de charlas con las chicas y un vino dulce para determinar la situación y la terapia.

Laura había decidido ya algunas semanas atrás a ese iluminador lunes ir a ver a un psicólogo. Sus fantasmas, sus moustrous y su falta de tino para resolver sus asuntos familiares eran señal de alarma. Ella había decidido de una vez por todas hacer algo, dar un paso y ver como son estas famosas sesiones que sus amigas ya en terapia le habían comentado.

Llegó puntual, es más, con 20 minutos de anticipación. Hizo su historia, pagó en caja y compro su bolsa de sparkis. Con lo que no contaba era con el resfriado del psicólogo, quien llego una hora y media tarde y con los rezagos de haber tomado antihistamínicos y mucha agua.

"Cuéntame tu problema" dijo el psicólogo mientras Laura se veía reducida en una pequeña sala en donde no estaba el mítico sillón para echarse sino un sillón no reclinable, en donde todo era blanco y en donde lo único colorido era el escritorio marrón y una computadora algo vieja. Ah! y la pizarra acrílica en donde se le explicaría a Laura su condición de dependiente y con gráficos.

Laura empezó a contar muy rápido claro pues su sesión era de una hora y quería respuestas ya. A medida que el psicólogo iba explicando su condición a la paciente Laura se erguía y no podía creer tal estado. Tenía sus dudas claro está, él se había convertido en su centro por las circunstancias, pero ¿Era para tanto?
El plumón azul trazaba en el soporte blanco las palabras, las relaciones de su condición.

Sí pasaba mucho tiempo con él, sí me aislé, sí lo absorbí, sí me lastimé, sí me duele ahora, pero... pero... yo no fui ni seré así... se decía Laura mientras el psicólogo le explicaba la tarea a realizar.

Dos columnas una con las cosas que la hacían dependiente, la otra con las cosas que no la hacían dependiente, el tiempo corre y el psicólogo quiere ver la hoja llena. No fue difícil para Laura hacer la segunda columna, pues ella era conciente de lo que le había pasado y que quería cambiarlo, es más se había dado cuenta que ya estaba haciendo esas cosas.

El correo electrónico y el número celular le fueron entregados a Laura, quien más tranquila sabía que iba por buen camino y que si bien había gastado cuarenta soles para que le dijeran algo de lo que ya se había dado cuenta; Laura había dado un paso, uno de lo que la llevarían a ese cambio, a tomar las riendas de su vida, a tomar las riendas de sus emociones y a dejar los impulsos reducidos a pequeños momentos en donde las consecuencias no serían catastróficas.

Laura se levantó, guardo el papel blanco continuo, se despidió y decidió no volver al psicólogo. Quien por cierto era lindo, pero quien ya no podía decirle más.

Laura salió, pensó y caminó hasta que se le acabara la bolsita de sparkis... o simplemente hasta encontrarse...

2 comentarios:

  1. sin querer nos acostumbramos ...sin querer cada día somo mas dependientes.. cuando nos damos cuenta ya estamos ahi...
    avces es mejor no concentar todo en una sola cosa...

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  2. ...el sicólogo siempre dirá cosas que ya sabemos, pero que no somos capaces de aceptar. Se supone que uno va a que te ayude a encontrar esas herramientas de cambio q no miramos por falta de perspectiva.
    no abandones al lindo sicologo!

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