En blanco, en negro, en blanco

Y era de mañana, ahí acurrucada, desnuda, su piel era acariciada por suaves sábanas de invierno color pastel.

Poco a poco los rayos de sol que atravesaban la ventana iluminaban sus rostros mientras Laura abría sus ojos suavemente, encontrándose con él, entre sus brazos, cerca de sus labios y respirándolo.

Él, aquel muchacho de ojos grandes, sonrisa encantadora y conversaciones de madrugada.

Él, que apareció de la nada el día que decidió coger sus recuerdos, hacerlos chiquitos e insignificantes y los metió en una caja.

Una sensación extraña le embargó esa mañana y no era precisamente producto de haberse permitido por una noche seguir sus deseos, sus instintos, sus impulsos y ponerse en evidencia; era la extraña sensación de comodidad, de pertenencia, de sentirse en el momento correcto.

Sensación que disfrutó hasta que llegó el desconcierto.

Después de tres semanas, después de algunas conversaciones con él por Internet a su retorno a la ciudad se dispusieron a salir, conocer un par de lugares, conversar y ver qué pasa.

En caminos zigzagueantes se encontraron recorriendo un distrito conocido de la capital, entrando, mirando, escuchando y saliendo hasta encontrar “el lugar”. Entre risas, comentarios tontos y silencios el camino continuo.

Finalmente, luego de una búsqueda de aproximadamente treinta o cuarenta minutos llegaron a un lugar atiborrado de gente en donde el protagonista en el espacio de arribo eran las conversaciones y murmullos de la gente, acompañados de los tintineos de los vasos y botellas destapadas.

¿Una cerveza? Ella aceptó, y bajaron a la zona de baile, sus cuerpos con tímidos movimientos ondulantes se acercaban de vez en cuando para comentar alguna canción, hacer un comentario o simplemente estar.

Pasó una hora, pasaron dos, pasaron tres... y tres botellas personales de cerveza también. El lugar abajo se iba llenando y arriba desocupando.

¿Vamos arriba? Ella aceptó, los murmullos eran menos, el tintineo desapareció y entre comentarios tontos y sin sentido él preguntó ¿Un pisco sour? Ella aceptó.

Continuaron comentarios, continuó la cercanía pues los efectos de la música alta entorpecieron los oídos ¿o no? y fue ahí en ese instante, en uno de los tantos acercamientos que todo realmente empezó y también se diluyó.

Un beso, una pregunta, un beso, una respuesta, un beso, dos besos, tres besos, una escalera, la calle, un beso, una pregunta, un beso, una respuesta, un beso, una pregunta, un beso, una respuesta, un beso, un taxi, un beso, una pregunta, un beso, una respuesta, en blanco, en negro, en blanco, una puerta, un beso, un ascensor, un beso, un piso, un beso, un departamento, un beso, un cuarto, un beso, una cama, un beso, preguntas tontas, un beso, respuestas tontas, un beso, un beso, un beso, varios besos, un sueño, el sueño, en blanco, en negro, en blanco, el día, de día, una sensación extraña, un abrigo, una caricia, un beso, un beso, un beso, bromas tontas, comentarios sin sentido, un beso, vergüenza, un beso, desconcierto, un beso, un bostezo, desconcierto, una risa, una sonrisa, miradas al vacío, silencios torpes, desconcierto, vestirse, bromas tontas, cocina, ¿agua?, un jugo, ¿comida?, un jugo, una sala, ventanas, alfombra, simpleza, belleza, caminos, camino, comentarios tontos, una puerta, comentarios tontos, un ascensor, un botón, comentarios tontos, un beso en la mejilla, “hablamos”.

Una extraña sensación de felicidad y placer la embargó y también asustó, había dormido con aquel muchacho de ojos grandes, sonrisa encantadora y conversaciones de madrugada.

Aquel muchacho que se quedaba sólo por tres meses... ¿y qué? A ver que pasa. Ella aceptó.