Cosiendo los pedazos

Luego de varias semanas, Laura se encontraba en una nueva etapa. Para ser más exactos al inicio de una transición.

Había entrado en razón de lo que le hacía falta, de lo que tenía que hacer en este nuevo tiempo, que tenía que preocuparse por ella, completarse y llenarse por ella misma, pues la caridad empieza por ella. Si bien tenía voluntad y se sentía más segura y más tranquila, aún estaba cosiendo los pedazos que había dejado el pasado y éstos eran tan frágiles que podían romperse en algún momento si decidía correr con ellos encima.

Cuando una persona culmina una etapa suceden muchas cosas, muchos cambios, muchos despertares. Depende del tipo de persona para que el proceso sea rápido o lento; también depende de la necesidad de aprender y sobrellevar los cambios. Son varias fases: el despertar, el miedo, el descubrimiento, la conciencia, el aprendizaje, la asimilación y finalmente y la más difícil el ser y estar. Laura está entrando a la asimilación.

Laura había comprendido que la última conversación con él en el parque había sido necesaria para soltar el pasado, pero que no estaba lista aún para conversar sobre los dos; sea cual fuese el final, no era el momento, faltaba y aún falta mucho por recorrer y para eso el tiempo era su gran aliado y testigo.

Se dio cuenta también que debía encerrar sus sentimientos (hacia él) por un tiempo, porque por ahora si bien estaban presentes y casi seguros no eran buenos en esta nueva etapa, eran una distracción; debía olvidar, o más bien, ignorar esos sentimientos para reconstruirse y así, luego, poder enfrentarlos y reconciliarse con los verdaderos y sanos, que poco a poco van quedando sin necesidad de que se preocupe por ellos. Que él se vaya de viaje por casi cuatro meses era bueno y también una señal.

Laura estaba segura de algo, se había encontrado entre tanta mierda, conflictos y tristezas; le había costado tanto encontrarse que no pensaba ni se iba a permitir perderse una vez más. Había identificado lo necesario para completarse y daba pasos lentos, moderados, pero firmes. Si se cansaba en el camino se empujaba, se obligaba a seguir, no podía permitirse caer, no podía detenerse, continuaba a veces arrastrándose pero continuaba. El dolor y la tristeza tenían que servir para algo, tenían que volverse en positivo, esa era su lucha.

Los sentimientos por él se mantenían ahí, tercos y firmes. Había que tomar decisiones, porque no había equilibrio entre lo que sentía y cómo estaba. Había cosido los pedazos y si corría simplemente se desarmaba y todo lo avanzado se perdería. Tenía que tener fe y tenía que mejorar para ella y no porque quería que él volviera o porque lo quería en su vida. Esta diferencia ya se iba aclarando, poco a poco Laura veía y se afirmaba en lo que era mejor para ella.

Ella sabía que tenía que tener fe de que las cosas suceden por algo, y que lo avanzado, a pesar de las caídas, terminaría bien, que todo es un aprendizaje. Esperanza en tener muchas victorias y sorpresas, la vida era larga y el camino infinito. Caridad para preocuparse y ocuparse de ella misma. Y amor en primer lugar para ella, segundo para ella, tercero para ella y luego para los que la rodean, porque sólo cuando una persona está llena de amor puede dárselo a los otros y puede compartir.

Laura había avanzado mucho en tan corto tiempo y con tan pocos pasos, que a ella misma le sorprendía, pero también sabía que tenía que ser astuta. Si bien había cosido los pedazos, los puntos estaban flojos y podían romperse. No podía “creer” que estaba bien, tenía que sentirse y estar bien.

Su meta era no detenerse, no caerse, pero tampoco correr. Alcanzar el equilibrio emocional y mental. Estaba ya encaminada pero le faltaba mucho aún. Eran días de lucha y de victoria.

Laura continúa cosiendo los pedazos y remendándolos, asegurando las costuras y escondiendo los hilos, porque el acabado debe ser perfecto y resistente.

Para Laura vendrán muchos días de lucha, pero también de victoria.