Disculpas omitidas

Eran las 6 de la mañana y Laura tenía que partir. 

Sonó el despertador, habían pasado casi tres horas, de las que durmió al menos dos. Él seguía dormido, plácidamente y con una sonrisa en los labios ocupando casi todo la cama.

Quería despertarlo con un beso, quería colocar su cabello entre sus dedos, y acariciar sus mejillas, quería ser todo aquello que no se había permitido, pero.... de nuevo los fantasmas, los recuerdos de aquellos años, de situaciones similares y de experiencias no muy gratas la detuvieron. 

¿Y sí no quiere levantarse? ¿ Y si le dice "Okey, Chau" o "estoy cansado la puerta esta abierta sino ahí están las llaves"? ¿Y si es alguna otra reacción? Laura se hizo un mundo de aquellos que hace tres años no se hacía; paseo un rato por la habitación, salió a la cocina, tomó su cartera y apagó la música que nunca dejó de sonar. Entró al baño, se lavo la cara, esperando tal vez que con tanto movimiento el despertara, pero no. Ella no era capaz de satisfacer su necesidad, y recurrió a la práctica que había aprendido hacer desde hace años, huir.

Se escapó lentamente de la casa, cerró la puerta con cuidado y dejó la reja de la acera abierta. Camino  y camino rápidamente mientras la garúa caía sobre su piel, el frío la estremecía y el cielo aún no despertaba.

¿Por qué era tan difícil? ¿Por qué de nuevo los fantasmas? ¿Por qué no se tomó más tiempo aquella vez y desenredó el caos al que se había sometido por 5 años?  Cinco años de relaciones tóxicas, de salidas al bar, de chilcanos, taxis y levantarse asustada sin saber cómo despedirse o preguntarse si la llamarían, de hacer cómo si nada pasara y volver a lo mismo, salir con la misma persona a las dos semanas en un ciclo autodestructivo que prefirió enterrar y así olvidar quien fue, pero sobre todo cuanto dolió ese vaivén y cuanto se odiaba por permitirlo.

Cinco años le explotaron en la cara esa noche a Laura, los tres años que trato de mantener enterrada esa versión de si misma se desarmaron como si fueran papel toalla.

Llegó a la avenida, cruzó la calle por dónde vivía el que creyó era el gran amor de su vida. ¿Otra vez? ¡Sí! ¿Otra vez? ¿Otra vez?... ¿Otra vez... a lo mismo?- Se decía. Y decidió volver a enterrar todo ,subir al bus y hacer como si nada pasara. Se había vuelta experta en no sentir, y esa mañana esa habilidad olvidada le venía muy bien.

Pero, una vez que cruzas esa barrera del darte cuenta... es imposible mantener la pelota en el fondo de la piscina. Horas más tarde, semanas más tarde se encontraría con su terapeuta y sería imposible no hablar de lo que pretendía enterrar. Y valgan verdades, se había cansado de fingir que todo estaba bien y sabía era hora de enfrentar aquella parte de sí misma. 

Días más tarde... en realidad un día más tarde se dio cuenta había hecho lo que más temía le hicieran, escurrirse sin explicaciones, sin despedirse, haciendo del otro solo un objeto y desde entonces guardó unas disculpas que quien sabe cuando decida dar. ¿Tal vez a él no le importó? Tal vez el sí pensó que de verdad tenía que irse a las 6 de la mañana y todo bien. O ¿Tal vez eso hacía la diferencia semanas después?

Laura ya lo descubriría. Mientras tanto juega a hablar con partes de sí misma, para salir del caos que no desenredó hasta ahora. 

Procesos son procesos.

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